No todas nos tomamos la maternidad de la misma forma ni con la misma intensidad, ni las mismas expectativas, ni los mismos sueños.
Seguro que lo primero que habéis pensando al leer el título del post es: “¿cómo no vamos a ser felices como mamás primerizas?” Y es cierto. No estoy diciendo que ser mamá primeriza sea triste, ni algo horrible. En absoluto.
Ser mamá es alucinante. Lo mejor del mundo. Algo insuperable. Y podría seguir así sin parar, pero me volvería ñoña y dejaríais de leer todo lo que os quiero contar, que no es poco.
También depende de qué tipo de persona seáis. No todas nos tomamos la maternidad de la misma forma ni con la misma intensidad. Ni tenemos las mismas expectativas, ni los mismos sueños.
Unas lo habrán tenido más fácil que otras y convertirse en mamá habrá sido “gratis”. Otras hemos tenido que pagar por ello. Pero no es de eso de lo que quiero hablar hoy.
Convertirse en mamá primeriza significa, sin pelos en la lengua, dejar de tener vida propia. Claro, siempre y cuando creáis en una crianza con apego. Si recién paridas dejáis a vuestros hijos a cargo de otras personas para iros de Gin Tonics, entonces este post no es para vosotras.
Porque dejar de tener vida propia no es agradable, pero lo es menos aún cuando llegas a la maternidad sin saber lo que te espera. Llegar a ser mamá creyendo que “ya te las apañarás” y que irás tirando, es un gran error. Créedme. Vuestra vida se acaba. A veces no os podréis duchar. Vuestros cuerpos se habrán deformado. Os debatiréis entre poneros ropa de premamá (porque nada os valdrá) o no salir a la calle. Pero, ¿sabéis qué? No pasa nada.
La clave para ser feliz cuando tu vida se acaba, es saber que es porque una nueva empieza. Y aunque a veces echemos de menos nuestras antiguas costumbres, es sano pensar que toda esta nueva situación es temporal.
Que llegará un día en el que nuestro hijo sea más autónomo y pueda quedarse a cargo de alguien, para que nosotras, con un cargo de conciencia horrible, podamos tener nuestros momentos. No nos engañemos. Todas sabemos que nada volverá a ser igual que antes, porque hagamos lo que hagamos con la libertad que tengamos, siempre tendremos a nuestro hijo en mente. Siempre habrá alguien que nos necesite. Siempre tendremos que “volver”.
Es sano que nuestras expectativas como madre bajen a la Tierra y que se enfrenten al mundo real. Si no os podéis duchar, no pasa nada. No os agobiéis. Si no podéis limpiar, ¿a quién le importa?
¡Cuánto echo de menos la época en la que era un bebé!
Esa personita que os reclama solo será “personita” durante un corto periodo de tiempo. Después crecerá. Y todas sabemos lo que pasará. Sí. Vendrán los lamentos porque “cuánto echo de menos la época en la que era un bebé”. Un bebé con sus lorcitas, con sus piececitos. Sus “gugu gagas”. Sus sonrisas. Sus siestas a la teta (o al biberón, que aquí no somos radicales). Todo eso es amor.
Así que si algún día os sentís mal porque no dormís, porque apenas podéis comer, porque necesitáis tiempo para vosotras pero no os queréis separar de ellos, no os preocupéis. Es normal. Y para que un bebé sea feliz, necesita una mamá feliz.
Tenemos en nuestras manos el gran poder de crear personas que pueden cambiar el mundo. Criarlos como bebés felices es determinante en su carácter. Les podremos contar cuando sean mayores los errores que cometimos como primerizas. “Te di tanta teta que vomitaste leche hasta por la nariz”.
Ser mamá primeriza es toda una aventura digna de recordar para siempre. Una aventura por la que han pasado todas nuestras madres y todas las madres del mundo. Ser feliz como tal es fácil si os lo proponéis. Simplemente, dejaros llevar. Seguid el ritmo de vuestros bebés. Y que nada más os importe porque pronto todo cambiará. Cumplirá su primer año, caminará, huirá de vuestros arrumacos. Y ya os lo he dicho. Les echaremos de menos.
Disfrutad vuestra primera maternidad como si fuese la última. Yo lo estoy haciendo.