¿Cuánto hace que no te dejas llevar? ¿No te atreves a perder el control ni en las cosas sin riesgo para tu existencia? ¿Qué te lo impide? Hoy te traigo una reflexión sobre por qué cada día nos cuesta más dejarnos llevar, incluso en las cosas más superfluas.
Si te sientes identificada o identificado, ¡Sigue leyendo! Este post es para ti.
Bailar de verdad
Hace un tiempo, salí a bailar con unos amigos. Uno de ellos quería demostrar sus nuevas dotes de baile de salón aprendidas durante el confinamiento (gracias tutoriales de Youtube) y decidió hacerlo conmigo. Para ello, me cogió de la cintura y empezó a mover cadera para un lado, cadera para el otro, pierna pa’ lante, pierna pa’ trás.
Yo no estaba entendiendo nada y estaba rígida como una tabla. No es que no me guste bailar (me encanta bailar); pero me gusta hacerlo sola y tanto movimiento externo a mí no me estaba haciendo gracia.
Mi amigo no paraba de repetirme: “déjate llevar” y yo pensando: “¿cómo me voy a dejar llevar si no sé hacía dónde vas?” (como podéis comprobar dejarme llevar no es lo mío). Hasta que, de repente, se paró en seco, me miró muy serio y me dijo:
-Si no te dejas llevar, no vas a poder disfrutar de la música. Sé que te gusta bailar y que no me necesitas para disfrutarlo, pero el disfrute compartido siempre es mejor.
Sabía que tenía razón, pero ¿por qué me costaba tanto dejarme llevar? ¿esto me pasaba también fuera del baile?
La respuesta a la segunda pregunta: sí.
Fluir, dejarnos llevar
Me sentía tan segura con las cosas controladas, que, a veces, reducía y encorsetaba mi propio disfrute. Y lo peor de todo es que yo iba de tía que se dejaba llevar. Yo iba de “yo fluyo con la vida”. Todo mentira.
Otro ejemplo donde lo vi claro fue en la escritura automática. Este tipo de escritura ha sido mi mayor acelerador de autoconocimiento, pero cuando llegaba un punto en que escribía algo que sentía que se me iba de las manos, cerraba el cuaderno. Me dejaba llevar hasta cierto punto. Ahondaba en lo desconocido de manera superficial. Nunca iba más allá.
El problema es que hoy en día, con lo rápido que cambia el mundo y las condiciones en las que nos movemos, navegar en lo conocido es navegar en una parcela muy pequeña, demasiado pequeña. Las cosas realmente fijas y seguras cada vez son menos y para poder sentirnos tranquilos, en consonancia con lo que nos rodea, hay que aprender a perder el control.
Yo empecé con pequeñas cosas: no bloquearme con la escritura automática, bailar con mi amigo… No voy a mentir, da un vértigo impresionante, pero vas haciendo músculo. Poco a poco, vas aprendiendo lo que Rebecca Solnit llama “el arte de perderse” y te das cuenta de lo frustrante que es el control. El control supone una carga mental que, muchas veces, ni somos conscientes de que lo tenemos. Cuando te dejas llevar, te vas descargando, te vas liberando de ese peso.
Lo mejor es que la práctica del “dejarse llevar” se puede hacer con pequeñas acciones como las que he mencionado antes u otras como darte un paseo por un sitio que no conoces sin móvil o coger un tren sin tener planeado qué harás después.
Básicamente, dejar que la vida te sorprenda y te muestre las infinitas posibilidades que tiene.
Y tu, ¿Te atreves a dejarte llevar? Deja tu comentario más abajo. Si te ha gustado este post, te animo a seguir descubriéndonos con este artículo sobre bienestar, autoconocimiento y crecimiento personal “No eres una máquina“, invita a la autoreflexión. ¡Gracias por tu visita!